Introducción:
La escritura es usada en las instituciones educativas principalmente para evaluar los aprendizajes. Este hecho cotidiano, que aparenta ser trivial, sin embargo cierra (en lugar de abrir) la potencialidad cognitiva de la elaboración escrita. En efecto, el contexto habitual en el que los alumnos producen sus textos es poco favorable para elaborar conocimiento. Sirve sólo para decir lo que ya saben pero suele clausurar la etapa de reorganizarlo. En vistas a modificar esta situación y permitir que la escritura sea empleada para desarrollar ideas, un reclamo central del movimiento denominado Escribir a Través del Curriculum (Carlino, 2002 a) es transformar las prácticas de corrección por parte de los profesores. Si se concibe la escritura como proceso, es preciso cambiar los tiempos dados al escribir. Si se quiere promoverla como instrumento epistémico, es necesario modificar la dinámica de que los alumnos redactan un texto, lo entregan al docente y éste lo corrige, sepultando con sus observaciones la posibilidad de proseguirlo. Los comentarios evaluativos dados al finalizar la tarea resultan un epitafio encima de un difunto que ya no puede remediar lo escrito. Por el contrario, en este trabajo recojo el pensamiento de quienes abogan por retroalimentar los textos que los estudiantes producen, antes de asignarles una nota (por ejemplo, Angelo, 1999; Leahy, 1994; Suskie, 2000). Y analizo una tarea de evaluación inserta en mi actividad como profesora universitaria, en la que he encarado el examen escrito como una ocasión para continuar ayudando a aprender.
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