Desde su creación, las vacunas son la herramienta de la salud para luchar contra infecciones que pueden causar epidemias mortales para la humanidad. Hoy volvemos a estar en riesgo por grupos que promueven que la población no se proteja con la inmunización.
La evidencia sobre el éxito de la vacunación para combatir las enfermedades infecciosas que amenazan la vida es vasta y muy clara. Hace más de 200 años, la primera vacuna creada por Edward Jenner (1749-1823) venció a un enemigo que había devastado la humanidad: la viruela. En la actualidad, y desde 1980, no tenemos que preocuparnos por esa enfermedad. Gracias al notable trabajo de Edward Jenner y los desarrollos posteriores, con la vacunación masiva se logró erradicarla de la faz de la Tierra. Sin embargo, cuando todo parecía resuelto en este campo, aparece la amenaza de los grupos antivacunas que ponen en peligro la efectividad de la inmunización pública.
A partir de aquel desarrollo inicial, y luego de muchos años de investigación científica, se han puesto a disposición de la población un gran número de vacunas que han permitido protegernos de enfermedades infecciosas tan graves como el sarampión, la tos convulsa, las meningitis, la rubéola, la polio, el tétanos, etc. Con su uso, no solo se pudieron controlar enfermedades sino que en varias regiones fueron eliminadas. En la Argentina y en América, por ejemplo, luego de una vacunación masiva durante 22 años contra el sarampión, en 2016 se pudo certificar la erradicación de la enfermedad.
La amenaza de los movimientos antivacunas
Los beneficios aportados por las vacunas han sido y siguen siendo enormes, como lo indican los siguientes números: han evitado más 700 millones de enfermedades y más de 150 millones de muertes. Se espera que durante 2011-2020 las vacunas salven 25 millones de vidas, 2.5 millones/año, 7000/día, 300/hora y 5 vidas por minuto. Sin embargo, existen riesgos que pueden menguar los éxitos alcanzados. Los movimientos antivacunas representan una de estas amenazas que cada día resultan más preocupantes. Estos grupos constituidos por personas que de manera irracional no creen en los beneficios que puede aportar la inmunización existen desde la implementación de la vacunación masiva hace muchos años.
Son grupos muy activos y reivindicativos, que aportan información no contrastable y acientífica, que siembran desconfianza en una parte de la población y generan una reducción de las coberturas vacunales recomendadas para el control de las distintas enfermedades. En sus comienzos, estos movimientos difundían sus mensajes en un contexto familiar, personal, cercano, mediante la utilización de propaganda con panfletos para luego pasar a la comunicación de masas como las charlas o mítines.
Posteriormente fueron utilizando los avances sociales como prensa, revistas, radio y televisión. Desde la aparición de internet, los antivacunas logran exponer sus teorías más eficazmente ya que los mensajes que divulgan por esa vía están siempre presentes para quien los quiera consultar y además no tienen ningún filtro ni revisión sobre los contenidos expuestos.
Hace poco más de una década, estos movimientos cobraron impulso a raíz de la publicación de un estudio con un número reducido de niños que mostraba una asociación entre la vacuna del sarampión y el autismo (trastorno neurológico del desarrollo). La distorsión de los datos presentados en aquel artículo y una docena de estudios con un número de individuos mayor muestran de manera concluyente que no hay ninguna asociación entre dicha vacuna y el autismo por lo que quedó desacreditado el artículo y autor principal del mismo.
Sin embargo,estos grupos persisten con una serie de argumentos que carecen por completo de evidencia y en muchos casos solo están impulsados por fanatismos. Las consecuencias negativas de las acciones de estos grupos en la salud de la población lamentablemente se están evidenciando. Entre 1999 y 2000, por ejemplo, se detectó en Estados Unidos un brote de sarampión en una escuela perteneciente a una comunidad religiosa que no acepta las vacunas.
Otro brote se detectó en 2005 en Indiana (Estados Unidos) cuando una niña que no estaba vacunada regresó de Rumania infectada de sarampión y provocó el contagio de otros niños que no habían sido vacunados porque sus padres creían que la vacuna era peligrosa para sus hijos. En Estados Unidos, el brote más reciente de esta enfermedad se produjo en Disneylanadia, en 2014. Se contagiaron más de 40 personas y la enfermedad se extendió a varios estados norteamericanos. En Italia en solo un año (2017), el número de casos de sarampión aumentó a 5006, cuando en 2016 se habían registrado 843 casos. Italia tuvo la tercera tasa de sarampión per cápita más alta de Europa después de Rumanía y Grecia, que son países mucho más pobres. La vacuna contra el sarampión en Italia se introdujo en 1976. El porcentaje de cobertura había aumentado constantemente a más del 90 por ciento en 2003. Pero la obligatoriedad se flexibilizó en 1999, porque Italia había creído erróneamente que se había arraigado la confianza en la ciencia y las vacunas.
En Latinoamérica, en los últimos dos años también se registraron casos de sarampión. El regreso de la circulación del virus endémico a un país de la región, así como los brotes actuales, son una muestra de que existen brechas en la cobertura de vacunación en donde tienen su accionar los movimientos antivacunas. Estas brechas se deben cerrar en forma urgente.
Es claro que para hacer frente a esta problemática contamos con una herramienta que debemos accionar de manera permanente: el acceso y la divulgación de información sólida y contrastable sobre vacunas. Los datos epidemiológicos comparativos entre la era prevacunal y la vacunal y los estudios de costo-efectividad son sin dudas datos inobjetables que muestran el beneficio que el uso de las vacunas conlleva.
El ciudadano debe informarse con su médico, y no a través de personas o medios de comunicación no vinculados a Salud. La vacunación no solo es un acto benéfico para el individuo sino también para la comunidad. Las vacunas son un derecho y una obligación.
(*) Dra Daniela Hozbor, Profesora Titular FCE UNLP, Investigadora Principal CONICET (IBBM-FCE-UNLP), Coordinadora Subcomisión Vacunología Asociación Argentina de Microbiología